viernes, 30 de agosto de 2013

Por José Aníbal Cam

¡Buen viernes para todos! Recién me llegó por e-mail este hermoso texto que nos envío una compañera de la facultad para que leamos. Que lo disfruten. 

EQUIVALENCIAS

De profundis


Traducir es como interpretar una pieza musical a partir de una partitura ya escrita; si la música es una sublimación de los sonidos que hay en la vida, la literatura es música del lenguaje, una sublimación de las palabras que usamos en el día a día, dispuestas ahora en un orden distinto. No siempre encontramos, los traductores, el tono adecuado. Por eso hablo de la música: traducir implica encontrar el tono que pretendió fijar el autor de un texto. El traductor procede como un músico que busca esas notas.

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Pero traducir es, también, una operación quirúrgica. La disección de un texto implica llegar también a sus entrañas, oler sus flatulencias, descubrir sus tumores y enquistamientos, probar —con deleite o repugnancia— los sabores y sinsabores de unas frases cocinadas en el fuego, lento o rápido, de la vanidad, la esperanza o la desesperación.

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No todo error tipográfico, en una traducción, nos escamotea el sentido. Puede, incluso, enriquecerlo. Bien lo ha visto Felix Philipp Ingold: si un fallido golpe de tecla sustituye KZ (campo de concentración) por ZK (Comité Central), las asociaciones se disparan, las barreras que han dividido al mundo en crímenes de izquierdas y de derechas se derrumban, y se les haría justicia a tantos muertos.

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Traducir gran literatura es un vuelo suicida entre las cumbres de dos lenguas y dos culturas distintas, un vuelo bajo el cual se abre el abismo de la incomunicación. Llegar con éxito a la cumbre vecina implica soltar lastre, dejar en el punto de partida las piedras que pesen demasiado y puedan arrastrarnos a ese abismo. El traductor, ese albañil sin vocación de paracaidista, ha de saber reconstruir la casa con las piedras que encuentre al otro lado.
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Traducir es un acto de lealtad traidora. (No traicionera). Una buena traducción es aquella que compensa la mitad forzosamente traicionada con esa otra mitad que va moldeando la lealtad al texto en otra lengua. Un buen traductor es, a un tiempo, incinerador y alfarero de una especie de ave fénix cuya materia es la ceniza derramada durante un trasiego entre hornos: el texto aniquilado en una lengua y renacido en otra. 
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Soy traductor: no frecuento cementerios, frecuento diccionarios. Mi obstinada negativa al trato con lo muerto ha sido castigada con visitas demasiado asiduas a las necrópolis aladas de las palabras. Recojo manojos de flores muertas y las hago revivir en el corsé cristalino de un vaso a rebosar con el agua-viva que mana de mi boca.
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Soy traductor, soy una sombra empeñada en no dejarse ver, una sombra que fracasa.
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Soy traductor. De mi voz solo debería escucharse la insinuación de un eco. Mi oficio es acallar mi voz, mi autoestima se acrecienta cuando consigo ocultarme, desaparecer.
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¡Cuánto canto desperdiciado por los bardos de medianía, por la vana vanidad de despreciar una lengua que no es la propia, por no saber leer originales!
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La paradoja que se le plantea a todo buen traductor, ante un escritor mediocre, está en la obligación de llevar sus textos a la lengua meta en todo el esplendor de su insignificancia.
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No existe traducción española satisfactoria para esa forma cotidiana que usan los germano-hablantes al preguntar la hora: Wie spät ist es? (¿Cuán tarde es?). Para un alemán nunca es, al parecer, lo suficientemente temprano. En su anclaje en el presente, en su capacidad para ese doble discurso que suele redimirse en la confesión de cada domingo, la lengua española no admite ciertas autoflagelaciones luteranas, pero tampoco ha sabido inventar una buena fórmula expresiva para la tardanza, para su retraso, para la insuficiencia que desenmascara su indolencia.
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Traducción – Exilio

El exilio como renovación. En el exilio está uno parcialmente liberado de los significados simbólicos o reales de su lugar de origen. Ello no entraña una renovación en sí, pero puede ser el comienzo de una. Cada texto (o fragmento de texto) leído y comprendido en una lengua extranjera es un paso más hacia esa imprescindible renovación o reinvención de uno mismo.
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Traducción – Nigromancia

Alguna extraña vocación nigromántica nos lleva cada cierto tiempo hasta la tumba de alguna gran figura del pasado para honrarla y rendirle tributo, pero sin sacar de ello provecho alguno para nuestro presente. A veces lo hacemos solo para afirmar la barbarie del ahora.
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Subtitulación o nacionalismo y traducción

En un clásico western, el personaje encarnado por James Stewart llega a una aldea de nativos y les pregunta a los indios reunidos en la plaza: «¿Alguien habla catalán?»

jueves, 29 de agosto de 2013

La cultura como fundamento. Los conocimientos extralingüísticos y la traducción

Mohamed El-Madkouri Maataoui

Se aborda aquí la problemática de la traducción y de los conocimientos extralingüísticos que deben estar en posesión del traductor a la hora de “recrear” un texto cualquiera. Asimismo, en las siguientes páginas se intentará contrastar la traducción de obras científicas y de obras literarias para demostrar que los conocimientos que se requieren al traductor de la obra literaria pueden superar a los que se le exigen al traductor científico.
1. Especialización y traducción

Es ya tradicional hablar de los conocimientos que el traductor ha de reunir para acometer satisfactoriamente su labor. Se hablaba del dominio de las dos lenguas en contacto y de tener conocimientos del tema traducido. Sin embargo, muy pocas veces se ha especificado la naturaleza y el grado de esos conocimientos extralingüísticos. Y, en cualquier caso, a quién le corresponde la tarea de proporcionar dichos conocimientos; ¿las escuelas y facultades de traducción pueden impartir clases de medicina, informática, física, química, literatura, astronomía, derecho, historia del arte, sociología, psicología, antropología, biología, geología, veterinaria, farmacología, oftalmología, meteorología, etc.?, ¿le corresponde al traductor adquirir dichos conocimientos por su cuenta y riesgo? Además, ¿esos temas los traducirán traductores o especialistas dedicados a la traducción? ¿Por qué cuando se le ofrece a un traductor un trabajo de física, por ejemplo, declina la oferta aduciendo cualquier razón o pretexto, mientras que cuando lo que se le presenta es una obra literaria, no duda en manifestar su aceptación siempre y cuando las condiciones materiales del trabajo no supongan un impedimento? ¿Acaso sea más difícil traducir obras de ciencias exactas que obras literarias?
Se evitará en este artículo hablar de traducción científica/técnica en oposición a la traducción literaria. En ambas denominaciones lo que los adjetivos científica y literaria califican en realidad no es la traducción en sí, sino la materia traducida. Lo que es científico o literario no es, en efecto,  la traducción, sino lo que se traduce o es traducido. Esta tipología de traducción literariafrente a traducción científica no se basa en posibles características literarias o científicas propias de la operación, sino en el contenido del texto antes de traducirlo. La calificación de la traducción como científica-técnica o literaria es un juicio apriorístico que nada tiene que ver con la operación en sí, ni con su resultado. No es ésa una conclusión a la cual el investigador en traducción llega después del análisis del proceso o del resultado de la traducción, sino que puede enunciar que una traducción es científica o literaria antes ni siquiera de la existencia de cualquier proceso o resultado del mismo. Esta oposición no opone en realidad una traducción con características literarias a una traducción con características científicas, sino textos científicos a textos literarios. Ahora bien, un texto de ciencias puede calificarse de científico por las características propias de la redacción de estos textos, distinta de la redacción y presentación de los textos literarios. No reproduciré aquí toda la literatura que ha estudiado las diferencias entre el lenguaje científico y el lenguaje literario desde varios puntos vista: filología, lingüística, teoría de la literatura, retórica, etc., sino que haré hincapié en algo que, según mi punto de vista, es fundamental para la traducción de los dos tipos de textos y cuyas particularidades dificultan en mayor o menor grado la operación traductora.

1.1. Traducción: universal frente a particular

Existe una especie de tipología de la traducción que distingue entre lo que se ha convenido en llamar traducción literaria (traducción de textos literarios) frente a traducción técnica (traducción de textos técnicos o científicos). No obstante, parece ser que no existe un consenso entre los estudiosos de traducción para delimitar las fronteras de cada uno de estos géneros. Sirvan de ejemplo los siguientes argumentos:
· «Por traducción literaria podemos entender (…) un amplio margen de producciones escritas en prosa o en verso y de una muy vasta gama de géneros, gama de la cual empero habría que excluir, como norma, la novela» (Ballester, 1998).
· «La traducción literaria –casi limitada hasta ahora a la traducción de la literatura de creación– se ha convertido hoy en traducción de libros. No es el contenido literario lo que la define sino el soporte en que va presentado y que puede contener a su vez tanto literatura pura y dura como libros jurídicos, manuales de jardinería, botánica, zoología o bien libros de ciencia pura y complicados manuales de informática o ingeniería electrónica» (Escobar, 1998).
La primera definición excluye la traducción de la novela de la modalidad de la traducción literariapara incluirla en el mismo bulto que la traducción de textos técnicos, científicos o comerciales (Ballester, 1998). Mientras tanto, la segunda definición la sitúa en el mismo paquete que la traducción de “complicados manuales de informática”. No obstante, tanto en un caso como en otro se deduce que el autor posee un conocimiento intuitivo de la diferencia entre estos dos géneros. La traducción literaria, por tanto, no sería sencillamente la traducción de la literatura pura y dura. Tampoco se ha argumentado de una manera convincente la exclusión de la madre de los géneros literarios que es la novela de la traducción de textos literarios, aunque sea dicha novela comercial. Pues la novela puede albergar todos los géneros posibles desde el puramente narrativo que es, hasta el ensayo, la poesía y el teatro como en la última novela de Juan Goytisolo, Carajicomedia, aunque en este caso se pueda argüir que no es una novela comercial. No obstante, la división entre literatura comercial y no comercial descansa sobre un juicio de valor basado en el número de ventas y no sobre características intrínsecas a una u otra.
Lo que sí es inherente a la literatura es la visión sui generis de la realidad filtrada a través de una visión concreta que la particulariza por medio de la percepción “íntima” del autor en primer lugar, y de su cultura en segundo lugar. Los conocimientos de las ciencias exactas, en cambio, tienden a ser universales. Un informático indio no tiene nada que envidiarle a su homólogo norteamericano. Un físico chino, por ejemplo, maneja los mismos conceptos e instrumentos científicos que su homólogo sueco. La matemática es,  de por sí, un lenguaje universal: dos matemáticos pueden entender el fenómeno, materia de la disciplina, sin apenas recurrir a una lengua natural. El problema que enfrentará el traductor en todos estos casos deriva de su dominio de la especialidad: conceptos y terminología. Las ciencias exactas se han universalizado. Es verdad también que el lenguaje científico es a veces metafórico, metonímico, y que la ciencia puede conllevar consigo una ideología, una cosmovisión, etc., pero todo esto si se compara con la literatura se queda en el mero juicio de detalles. La ciencia exacta es, por ello, universal; la literatura, particular. Esta última no es más que la ciencia del hombre (en oposición a ciencia de la naturaleza), es decir de lo individual y particular.
No obstante, cabe hacer unas observaciones, para evitar cualquier tipo de equívocos sobre la literatura. Si digo que es particular, entiendo que particulariza no por lo que es, sino por lo que expresa. La literatura como forma es también universal: la novela con su modalidad narrativa y descriptiva la encontramos en la mayoría de las tradiciones literarias, el teatro, como formato, es también universal. En cuanto a la poesía, ¿en qué pueblo y en qué cultura no se canta? La literatura es, pues, universal en esencia, pero particular por lo que expresa. El envoltorio de la literatura es, salvo raras excepciones, homologable de una lengua a otra y de una cultura a otra. Pongamos un ejemplo que puede verse alejado y exótico como es la lengua árabe en comparación con el castellano. La producción literaria en lengua árabe contiene la novela, la poesía, la literatura, el ensayo, etc., exactamente como la lengua española. No obstante, el contenido de dicho envoltorio es lo que plantea de verdad serios problemas. Tenemos como características universales, en este caso, el hecho de que las dos literaturas, árabe y española, se expresan mediante el vehículo de la lengua y en el formato, o género, correspondiente.
Ahora bien, la universidad o la escuela de traducción nos pueden enseñar las diferencias entre los distintos géneros, nos pueden, desde la lingüística cognitiva, aclarar cómo funciona la metáfora y la metonimia. Es decir que nos pueden dar clases de lingüística, de retórica y de teoría literaria, pero ¿será eso suficiente para hacer buenas traducciones literarias? El traductor de física, de matemáticas o de biología, si le adiestran en la materia, sólo tendrá dificultades relativas a la hora de acometer su tarea. Para el traductor literario cualquier conocimiento teórico sobre la materia sólo es orientativo. Es una especie de manual de natación para el aprendiz de natación. ¿Puede uno nadar mediante la memorización exclusiva del manual de natación, puede uno conducir solamente mediante el aprendizaje del código de circulación?

1.2. Experiencia y traducción

¿Qué es lo que se entiende por experiencia en traducción?
Según el Diccionario Académico (1992) la experiencia «es una enseñanza que se adquiere con el uso, la práctica o el vivir». Es, conforme al Larousse (1996), «un conocimiento de las cosas adquirido con la práctica. Suceso o situación vivida que puede afectar positiva o negativamente». Aplicado a la traducción podemos decir que con la experiencia se aprende igual o mejor que en cualquier escuela o facultad de traducción.
María Moliner precisa que experiencia es práctica. Es la «circunstancia de haber hecho repetida o duraderamente una cosa, lo que da habilidad para hacerla. La experiencia es también el conjunto de antecedentes, ejemplos o precedentes que se tienen en general o que tiene alguien sobre cierta cosa. Es, en fin, el conocimiento de la vida adquirido viviendo» (María Moliner, 1996).
Ahora bien, qué es lo que hace la enseñanza reglamentada sino sintetizar, desde la teoría, las enseñanzas ajenas, y desde la práctica, poner al alumno en situaciones pseudorreales para que vaya aprendiendo también de sus propios errores. La experiencia se basa, según Russell, en una forma de conocimiento directo, por oposición a formas de conocimiento por descripción o por inferencia. La experiencia tiene, por ello, cuatro características fundamentales:
· Es inmediata en el sentido de que los hechos que nos presenta pertenecen a una conciencia actual, es decir, sin la mediación de ningún conocimiento conceptual o proposicional.
· Su contenido es intrínsecamente cualitativo. Es decir que el experimentador experimenta cierta cualidad fenoménica (phenomenal) cuya naturaleza aparece de una manera determinada a quien la experimenta.
· Las experiencias parecen esencialmente privadas (secretos del oficio), es decir que su contenido parece privado del experto.
· La experiencia se presenta como infalible, porque descansa sobre una experimentación verificada en el tiempo.
Estas cuatro características hacen que la experiencia de un traductor, como la de cualquier persona con oficio, aparezca como subjetiva, personal e intransferible en algunos casos. Pero eso no ha impedido que se forjara el término experto, del latín expertus, que tiene experiencia, entendiéndose en español como hábil o entendido en una actividad (Larousse, 1989). Muy relacionada con la experiencia es también la palabra perito, del latín peritus, experimentado, que se aplica (según Larousse) a la persona que tiene conocimientos especializados en una materia o quien, con conocimientos especializados, informa en un juicio sobre hechos cuya apreciación se relaciona con su especialidad. El Diccionario Académico (1992), añade –haciendo hincapié en la palabra experiencia– que es perito una persona que, poseyendo especiales conocimientos teóricos o prácticos, informa, bajo juramento, al juzgador sobre puntos litigiosos en cuanto se relacionan con su especial saber o experiencia.
Por ello, la enseñanza reglada, por muy eficiente que pueda ser, siempre resultará insuficiente en situaciones determinadas. En las facultades y escuelas no se enseña a traducir en todos los ámbitos. La falta de tiempo y también de especialidad por parte del profesorado, todo hay que decirlo, impide prever todos los textos que el mercado laboral pueda ofrecer a un traductor autónomo. Un profesor de esta disciplina no puede ser además de experto en traducción especialista en todos los dominios del saber: físico, químico, cardiólogo, genetista, informático, agrónomo, biólogo, oftalmólogo y demás. La traducción, por todo ello, se limita a una operación sobre las lenguas.
A todo esto hay que añadir un fenómeno que está en la raíz de la decepción de muchos traductores recién graduados al verse cara a cara con el mundo de “la traducción de verdad”: unos conocimientos que juzgan “no les sirven para nada” o “no les han servido de nada”, como se ha podido observar en las listas de discusión sobre traducción. ¿A qué se debe este fenómeno?

1.3. Experiencia: académica frente a profesional

La traducción probablemente haya sido y siga siendo un trabajo de esclavos, capturados en guerras o razias, de vendidos que han pasado al bando contrario o de patriotas que han arriesgado sus vidas infiltrándose en filas enemigas. Sean esclavos, vendidos o espías, el oficio es algo degradante. No es de extrañar, por ello, que los historiadores de la traducción insistan una y otra vez en que si no es el primero, la traducción es el segundo oficio del mundo. Un traductor de obras literarias es un esclavo que traduce, a cambio de una dura subsistencia, para sentirse útil:
«Si me atengo a la división de la historia de la traducción por etapas realizada por el profesor Louis Truffaut, yo tras una dura etapa profesional, he vuelto a la primera etapa misional mucho peor retribuida pero también mucho más gratificante» (Escobar, 1998).
Un traductor de tecnología de punta es un patriota que escarba en la investigación ajena, cobrando a precio de oro eso sí, para servir a la nación y a la industria. Todo ello dicho con humor, pero con certeza:
«Les traducteurs ‘littéraires’ traduisent des livres et sont rétribués, assez modestement, selon le régime des droits d’auteur; les traducteurs techniques reçoivent des honoraires, plus substantiels» (Gran Larousse Universel, 1989).
La diferencia entre unos traductores y otros no reside sólo en la naturaleza del material trabajado, sino también en el tipo de consideración que se merece ante la sociedad e industria en general.
Antaño, a pesar de la aludida degradación del oficio del traductor, por lo menos tenía poder de decisión como asesor editorial. Ahora, a pesar de la existencia de foros y de asociaciones de profesionales de la traducción, se asiste –como lo afirma de una presidenta de la APETI– a la «pérdida paulatina del protagonismo del traductor en las decisiones editoriales conforme aumenta su profesionalización» (Escobar, 1998).
Esta labor sumisa y solitaria que la traducción de textos literarios, a pesar y por encima de todo lo que se ha dicho anteriormente, es la que mayor adiestramiento, ejercicio y profesionalidad necesita. La traducción en este caso supera la operación que los profesores nos han enseñado a ejercer sobre dos lenguas en contacto para, con el tiempo, saber repescar matices, contextos, alusiones…
La traducción de los textos literarios necesita algo más que un saber lingüístico. El texto literario nos obliga a ir más allá del mismo, nos obliga a un conocimiento extralingüístico.

2. Lengua y traducción: saber lingüístico frente a saber extralingüístico

Resulta de todo cuanto se ha dicho anteriormente que en la operación traductora confluyen varios saberes: lingüístico, temático, procesal (saber hacer), referencial, etc.

2.1. Saber lingüístico

Los conocimientos anteriores, no obstante, son insuficientes cuando se trata de la traducción de textos literarios. A este respecto, el saber lingüístico por sí solo no garantiza buenas traducciones; si fuese de otro modo todos los bilingües serían excelentes traductores. El saber temático, es decir el tener conciencia de que lo que se está traduciendo es literatura, tampoco lo garantiza; no todos los teóricos de la literatura son, en potencia, buenos traductores de literatura. Finalmente, el saber traducir, que se puede verificar en traductores de otros textos ajenos a la literatura, tampoco garantiza un final feliz para la operación sobre textos literarios. La traducción de estos últimos es una operación sui generis. Los parámetros de la realidad y los valores veritativos se diluyen en la traducción de textos literarios porque lo que se nos presenta no es una verdad, ni una realidad sino una representación ficticia de la misma. Entre la verdad y la realidad se interpone la visión del autor del texto literario. Una visión que puede estar formada por varios puntos de vista: el personal y el colectivo. El autor nos impone el propio y la sociedad y la cultura, a través del primero, también el suyo. Todo ello codificado en un texto mediante el lenguaje. Por eso el traductor de textos literarios no resuelve un texto con sólo sus conocimientos lingüísticos y procesales (lo que en principio se enseña en las aulas), sino que precisa otros conocimientos extracurriculares y extralingüísticos.
Aun así, la lengua no deja de ser lo primero en toda traducción. El dominio de las lenguas en contacto es un hecho que, en principio, se da como consumado antes de proceder a la traducción. Los cursos, escuelas y facultades de traducción no son, ni han de convertirse, en academias de lenguas; su misión esencial no es sino enseñar a traducir. Tampoco se hace, en dichos centros, mucho hincapié en las estrategias de traducción propias de cada “género”, sino que se insiste en las operaciones lingüísticas comunes, salvo la terminología, a todos.
La única realidad manejada es, desde luego, el texto. Éste, sobre papel o en cualquier otro soporte, es lo único material y concreto de que dispone el traductor. Por ello la primera operación que se ejerce sobre un texto es la lingüística, es decir su verbalización para dar sentido a la escritura, a los grafemas y, en su caso, a los sonidos. Se trata, en esta fase, de “dar sentido” o “sacarlo” de todos y de cada uno de los elementos que configuran el espacio textual. Esa es una operación de recorrido del espacio textual para determinar sus variedades diatópicas, diastráticas, diafásicas e idiolectales. El conocimiento del léxico y de sus mutaciones de significado, de la sintaxis, de la semántica y de la pragmática lingüística es en este caso, y en todos, imprescindible. Son esos conocimientos los que permiten un primer acercamiento al texto en la fase de comprensión, pero son insuficientes para traducir. Pues, «el avance en la reflexión sobre la traducción ha permitido dejar a un lado la simplista concepción de la traducción como un mero traslado de palabras de una lengua a otra» (Agost, 1999). Tanto en la teoría como en la práctica, el conocimiento de la lengua es necesario e imprescindible, pero es insuficiente para traducir. Lo que se traduce, en realidad, no es la lengua, sino realizaciones de la misma. Podría incluso decir que las lenguas, como sistemas, son intraducibles, y esa parece ser la trampa mortal en que cayeron los lingüistas de mediados de este siglo XX al sostener la tesis de la intraducibilidad (Mounin, 1963).
Ahora bien, por no ser la traducción una operación exclusivamente lingüística, especialmente cuando se trata de textos literarios, se requieren del traductor otros conocimientos que van más allá de la sintaxis y de la semántica lingüística.

2.2. Condicionamientos extralingüísticos y traducción

En la confección de los textos no sólo imperan los parámetros lingüísticos, entendidos como operaciones matemáticas que se ejercen sobre la misma, sino que el mismo texto es el resultado de todo un proceso cultural. ¿Qué relación establece el texto con su cultura?
El texto no sólo es resultado de una serie de condicionamientos personales y culturales, sino que es un instrumento de autoreferencia. Y como tal conlleva las huellas de la personalidad de su autor y de la cultura que lo ha producido. La cultura está en los textos porque éstos «están inmersos en un sistema de valores de una cultura» (Agost, 1999). El traductor trabaja sobre estos aspectos extralingüísticos para detectar su manifestación en el texto. La traducción pasa de ser una conversión de códigos lingüísticos y de contenidos semánticos a la investigación sobre cómo comprender un texto dentro de sus coordenadas lingüístico-culturales y cómo expresar dicha comprensión codificándola en otro texto. Por ello, gran parte de los estudios sobre traducción se conciben como «una disciplina empírica y descriptiva, que ya no se apoyaba en el concepto tradicional de equivalencia y que mostraba más su interés por todas las motivaciones del acto traductor y por el análisis del contexto cultural de las lenguas original y terminal» (Bueno García, 1998).
Estudios de este tipo demuestran que la traducción ya no se entiende como una operación estrictamente lingüística que se puede llevar a golpe de diccionarios. El traductor va más allá del texto para buscar sus referencias en la cultura original. La cultura es importante en la labor del traductor, pero su enseñanza, por ser amplios los conocimientos requeridos, es difícil que sea reglada. No es de extrañar, pues, que una de las acepciones de cultura, según María Moliner, es el «conjunto de los *conocimientos no especializados, adquiridos por una persona mediante el estudio, las lecturas, los viajes, etc.» (María Moliner, 1996).
De todo ello se desprende que las operaciones extralingüísticas en la comprensión de los textos literarios y en su posterior expresión en la lengua de la traducción se verifican en varios niveles:
· Dominio de las modalidades de expresión literaria: la lengua en el texto literario no tiene una función estrictamente indicativa de la realidad, como lo es la lengua en un texto de física o química, sino que desempeña otras funciones de tipo metalingüístico y autorreferencial. Lo que más importa en algunos textos no es la realidad, último motivo de la creación, sino la manera de representarla.
· La lengua en el texto literario no es un sencillo continente de algún contenido que habrá que trasladar a otra lengua, sino que es ese mismo continente el que lleva sentido. En muchos textos literarios, lo que entendemos tradicionalmente como forma se convierte en parte del contenido.
· Cada corriente y cada modalidad literaria determinan su manera de expresión. Es decir, que impone una codificación especial al lenguaje. El traductor toma en consideración este hecho que puede resultar determinante en la confección de la obra literaria. La novela realista impone una codificación distinta a la lengua, distinta de cómo se presenta ésta en la novela romántica, por ejemplo.  Por ello, el desconocimiento de este fenómeno extralingüístico, por cuanto determina la expresión, puede influir negativamente en el resultado de la operación traductora. El análisis de la metáfora en la novela realista y en la romántica, por ejemplo, revela que son distintas tanto desde el punto de vista cualitativo como cuantitativo. Los elementos constitutivos (cuerpo, naturaleza…) de un tipo son distintos a los del otro. En este caso concreto el género determina la lengua.
En suma, la cultura general, en tanto que conjunto de conocimientos y actividades científicas, industriales, artísticas e, incluso, concepciones de lo real y de lo espiritual, es determinante para la traducción. Desde Popovic, mientras las teorías anteriores de traducción insistían en las similitudes e identidades entre traducción y original, él –como asegura Bueno García– se centró en las diferencias, observadas en tres factores del proceso de la actividad traductora: la diferencia de los sistemas lingüísticos de la lengua original y de llegada; la diferencia de las dos culturas y las dos tradiciones literarias (o textuales en el caso de los textos no literarios) y la diferencia entre el autor y el traductor como emisores de dos mensajes (cada uno con sus preferencias estilísticas) (Bueno García, 1998).
Ahora bien, si las diferencias lingüísticas se circunscriben al conocimiento de las lenguas, la otras diferencias (cultural, literaria y del autor) son extralingüísticas. El traductor consigue las destrezas adecuadas para solventar estos problemas mediante un esfuerzo adicional extracurricular.

2.3. Teoría/Práctica en la formación del traductor

El trabajo del traductor es eminentemente práctico y su formación esencialmente autodidacta: así ha sido desde siempre. La enseñanza reglamentada de la traducción es propia del siglo XX. Las famosas escuelas de traducción en la Edad Media, tanto en Oriente como en Occidente, no eran instituciones de enseñanza en el sentido moderno de la palabra, sino centros en los que se aprendía “sobre la marcha”. Estas escuelas no fueron creadas con el propósito explícito de enseñar, sino de traducir. Si algunas han recibido el nombre de “escuela” es por su orientación, metodología, labor civilizadora y no por dedicarse exclusivamente a la docencia en traducción.

El término “escuela” en estos casos tiene que ver más bien con los conocimientos teóricos o prácticos de la traducción, adquiridos ejercitándose bajo la dirección de un maestro adoptando su método o sistema de trabajo.

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miércoles, 28 de agosto de 2013

38 palabras que solemos escribir con tilde y no la llevan

Repasamos en esta breve lista algunas de las palabras que causan más dudas a la hora de escribirlas con tilde o sin ella.
  • Fue, dio, vio: no llevan tilde, ya que las normas de ortografía establecen que los monosílabos no se acentúan nunca gráficamente, salvo en los casos de tilde diacrítica.
  • Ti: suele acentuarse por analogía con otros pronombres como tú sí cuando son pronombres. Pero estas formas la llevan para diferenciarse del mi y el tu adjetivos posesivos y del si pronominal.
  • Esto, eso, aquello: en ocasiones se acentúan indebidamente por influencia de los pronombres masculinos y femeninos (este, esta; eso, esa; aquello, aquella).
  • Sola: no debe llevar tilde porque es una palabra de dos sílabas, llana y terminada en vocal, pero a la que le solemos colocar la tilde por analogía con el adverbio solo.
  • Imagen, examen, volumen, resumen, origen, joven, margen: no llevan tilde por ser palabras llanas terminadas en -n, aunque sus plurales sí la llevan (imágenes, exámenes, volúmenes, resúmenes, orígenes, jóvenes y márgenes), ya que las formas en plural pasan a ser esdrújulas.
  • Heroico, estoico: en estas palabras la secuencia oi es un diptongo, son por tanto palabras llanas, de tres sílabas y terminadas en vocal que no deben llevar tilde.
  • Hubierais, hubieseis, fuerais, fueseis: se escriben sin tilde porque son palabras llanas terminadas en -s. Se silabean así: hu-bie-raishu-bie-seis, fue-rais y fue-seis.
  • Acabose y ponme: las formas verbales que incluyen pronombres llevan tilde o no de acuerdo con las normas de acentuación ortográfica actuales (antes sí llevaba tilde acabóse). Como acabose y ponme son palabra llana terminada en vocal, lo apropiado es no poner la tilde.
  • Continuo: el adjetivo continuo se escribe sin tilde por ser palabra llana terminada en vocal. Sí llevan acento ortográfico las formas verbales de presente y pasado (yo) continúo y (ella) continuó.
  • Huir, rehuirhuir es palabra monosilábica, pues la secuencia ui siempre forma diptongo. Y rehuir es palabra aguda terminada en erre.
  • Construido, incluido, influido, gratuito, huida, hinduismo, altruismo: todas estas palabras son llanas terminadas en vocal: cons-trui-do, in-clui-do, in-flui-do, gra-tui-to, hui-da, hin-duis-mo, al-truis-mo.
  • Caracteres: en el plural de carácter se cambia el acento de la vocal a a la e, por lo que ha de escribirse y pronunciarse caracteres, no carácteres.
  • Chiita, diita, tiito, Rociito: se trata de palabras llanas terminadas en vocal. Dado que dos vocales iguales seguidas forman siempre hiato, el silabeo correspondiente es chi-i-ta, di-i-ta, ti-i-to Ro-ci-i-to.
Vía Fundeú

martes, 27 de agosto de 2013

Aprendiendo palabras

¡Hola a todos! Hoy les traigo una nota de: http://www.abc.es en la que nos presenta siete palabras nuevas que quizás no conocíamos. Un tip para tener en cuenta por si algún día nos enfrentamos a estas palabras al traducir o simplemente aprovechemos y enriquezcamos nuestro vocabulario.

Mawashi


El sumo, como todos los deportes, también tiene su léxico específico. «Mawashi» es la palabra que se utiliza para hacer referencia alcinturón que visten los luchadores, llamados «rikishi». Esta prenda mide casi nueve metros desenrollada, y tiene el nada despreciable peso de cuatro kilos.

Jeme


¿Sabías que la distancia entre dos de los dedos de la mano tiene nombre? Se llama «jeme» y, según la RAE, es la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del índice, separado el uno del otro todo lo posible.
Otro de los significados de esta desconocida palabra es «medida de longitud para plantas, equivalente a unos doce centímetros.»
Segway
«Y nos subimos en el aparato ése con dos ruedas que se lleva como una bici». A la vuelta de vacaciones, los turistas no saben cómo denominar a los artefactos de los que han disfrutado. En Estados Unidos, Holanda o incluso Madrid, es frecuente ver a turistas conociendo la ciudad montados sobre unos vehículos del que pocos conocen su nombre.
Es el «segway», un dispositivo cuya empresa fabricante denomina como «transporte personal con auto-balance». Es muy divertido de conducir y se puede usar tanto en ciudad como en el campo.

Tahalí

Son muchos los aficionados a la música que disfrutan de sus canciones favoritas en directo. Los artistas interpretan su repertorio acompañados de instrumentos que, en gran parte de los casos, quedan relegados a un segundo plano.
Es el caso del «tahalí.», un accesorio indispensable en los conciertos en los que el intérprete se desplaza por el escenario tocando una guitarra. El «tahalí.» es el nombre que recibe la cinta con la que se sujeta la guitarra en el hombro.

Turnomático

La clásica pregunta «¿Quién da la vez?» pasó a la historia cuando el turno en los mercados se comenzó a seguir de manera informática. Un aparato evitaba que los más avispados evitaran esperas colándose delante de gente que llevaba aguardando su turno más tiempo. Pero,¿cómo se llama este objeto?
En España no hay ninguna palabra para designar a este dispensador. Sin embargo, en Chile utilizan en término «turnomático» para referirse a él.

Diastema


AP PHOTO
Georgia May Jagger, hija del famoso cantante
Lejos de calificarse como un defecto físico, el «diastema» se ha puesto de moda. Celebrities y artistas de todo el mundo lo lucen como un distintivo característico del que se sienten orgullosos. Madonna, Georgia May Jagger o Vanessa Paradis son algunos ejemplos de que tener los dientes separados –lo que se conoce como «diastema»– no es motivo para avergonzarse.

Telson

Increíble pero cierto. La «cola» de los crustáceos tiene nombre: telson. La RAE define con este sustantivo al «último segmento del cuerpo de los crustáceos, que suele ser laminar y está situado a continuación del pleon». Una curiosidad que recordarás la próxima vez que disfrutes en el plato de uno de ellos.
(Para curiosos: el pleon es el abdomen de estos animales, y está formado por varios segmentos).

viernes, 23 de agosto de 2013

El jorobadito

Para terminar la semana les dejo un artículo más sobre otro de los libros de Roberto Arlt, espero que les haya gustado conocer un poco más acerca de este autor y les den ganas de leer alguna de las obras. 
¡Buen fin de semana!

En el conjunto de esta obra, nos hallamos con un escritor poco bondadoso, sin audacia ni esperanza, donde la tragedia del ser humano es un detonante formal para construir personajes con rasgos autobiográficos, a la vez que engañosos (ver A. Hayes,Roberto Arlt: la estrategia de su ficción, 1982), aunque Arlt nos acostumbra a narraciones en primera persona con claro afán de verosimilitud. En Escritor fracasado, casi un monólogo interior, el narrador ahonda en lo más profundo de su subconsciente, nos declara suspicazmente sus principios estéticos dentro del complejo mundo literario que le tocó vivir. «Para qué afanarse en estériles luchas, si al final del camino se encuentra como todo premio un sepulcro profundo y una nada infinita? Y yo sé que tengo razón». Sus ataques no son sutiles, arremete directamente contra los críticos de estética parda, contra los escritores estériles, y en definitiva, muestra su desprecio por la posición oficialista literaria. Pero este desprecio no se limita únicamente al mundo del arte, sino que en su convulsión existencial, muestra la misma animosidad por cualquier vivencia institucionalizada, así nos indica su desprecio por el matrimonio en cuentos como Ester PrimaveraEl jorobaditoNoche terrible Una tarde de domingo. Vemos así cómo se manifiesta el narrador de El jorobadito (uno de los cuentos más paradigmáticos de Arlt) cuando la señora X (su futura suegra) le indica la conveniencia de contraer matrimonio con su hija: «Cuando la señora X pronunciaba estas palabras, me miraba fijamente para descubrir si en un parpadeo se revelaba mi intención de no cumplir con el compromiso». En este excepcional relato Arlt despliega su imaginario y proyecta con auténtica magia narrativa su universo creativo, con un despliegue exagerado de sustantivación y adjetivación despectiva y humillante: «leprosas paredes», «insigne piojoso» o «asqueroso aburrimiento». Es el caso asimismo de Las fieras, donde la realidad se hiperboliza: «…mujeres con labios perforados de chancros sifilíticos…», el hombre se preocupa en ser cada vez más malévolo «por aburrimiento o angustia». La prostitución, la violación, la pedofilia, el asesinato, un submundo marginal que lleva al ser humano a sentir incapacidad de interrelación y a disfrutar con la iniquidad de un comportamiento brutal que a la vez subraya la debacle de un sistema vejatorio. La urbanidad es observada desde la realidad de un mugriento «boliche», de dentro hacia fuera: «…mientras tras el espesor de la vidriera que da a la calle pasan mujeres honradas del brazo de hombres honrados». Por eso tal vez nos condena con La luna roja, donde su castigo apocalíptico nos remite a La estatua de sal o La lluvia de fuego de Leopoldo Lugones, aunque el discurso de Arlt no se revista de símbolos modernistas.
Por último, en Pequeños propietarios es todo execrable, vulgar, maligno. La fisonomía de sus personajes, provoca que sean aún más aborrecibles, aunque peor es su envergadura moral —la venganza es el detonante—. Seres anémicos con trazos admisibles, reconocemos el resentimiento y la sordidez que reseca las entrañas del soñador de burgués esclavizado por poseer objetos. Son antihéroes, entendidos como sujetos con una configuración sociológica, moral y económica en términos de desvalorización.
El antihéroe arltiano, en definitiva, concentra la angustia y frustración de un hombre estigmatizado por la sociedad en crisis en la que vive.




jueves, 22 de agosto de 2013

Los lanzallamas

Por Luis Miguel Madrid
Los lanzallamas. Buenos Aires: Losada, 1980
Los lanzallamas. Buenos Aires: Losada, 1980



En la continuación de Los siete locos(1931), Roberto Arlt intensifica la crítica contra la realidad social de la Argentina e Hispanoamérica de los años veinte, desde la colonización económica a la opresión del proletariado.
Todo el entramado social es un puro caos donde no existe nada que tenga algún valor, aunque si algún lejano punto pudiera salvarse, sin duda estaría más cerca de la condición humana que de la realidad social. Esta angustia metafísica recorre de punta a punta, el sentido de la novela. A Erdosain le queda apenas un soplo de esperanza, algún rincón remoto de un sueño antiguo que según pasan las páginas se va difuminando, al ritmo con el que pierde los afectos: «[Erdosain] representa la humanidad que sufre, soñando, con el cuerpo hundido hasta los sobacos en el barro. Trató de recibir dolor pensando en su esposa. Fue inútil».
Como la insatisfacción es tanta, la respuesta sólo puede ser extrema: el uso de la violencia hasta sus últimas consecuencias, y no como simple táctica de victoria. Arlt propone el enfrentamiento total aunque no ideológico ni solidario; en Erdosain prima la imaginación y lo personal es esencialmente cínico.
El desprecio del mundo en los personajes tiene una gran variedad de tintes: nihilista, expresionista, grotesco, irónico, masoquista o egocéntrico: «A momentos se me ocurre que el sentido religioso de la vida consistiría en adorarse infinitamente a sí mismo, respetarse como algo sagrado».
Sin embargo, cuando duda sobre su actuación vital sólo se plantea posturas degenerativas: la humillación progresiva, identificación con el absurdo y la reafirmación a través del crimen. En cualquiera de los casos, se trata de una huida sin retorno: «Es necesario cambiar la vida. Destruir el pasado. Quemar todos los libros que apestaron el alma del hombre».
Mientras tanto, también el desapego y la indiferencia caracterizan sus reacciones, tanto en sus relaciones sociales, familiares o íntimas e incluso consigo mismo. Los fracasos son asumidos sin ningún tipo de sentimentalismo, no hay una especial idealización de los humildes. Sus actuaciones pasan del cinismo a la grosería y de esta a la crueldad y al odio personificado en cualquiera de tantos individuos que desprecia: «Es necesario odiar a alguien, odiar fervientemente a alguien, y ese alguien no puede ser la vida».
En sus mejores momentos, Remo Erdosain es capaz de transformar la conciencia de su «vida echada a perder» por el reconocimiento humilde «de que lo que extingue su fuerza es la terrible impotencia de estar solo». Llega incluso a reconocer su muerte en vida y su deseo de vivir pero esa no es la solución. En ese mundo no caben los remiendos, debe desaparecer absolutamente para partir de cero. Para sobrellevar el final de ese viaje, Arlt recurre a la fantasía y la ironía agria y mal intencionada deja paso a un humorismo desbordado de imaginación que se presenta de improviso, desplazando la tensión de cualquier acontecimiento:
«—¿Se mató Erdosain?
El secretario lo envuelve en una rápida sonrisa.
—Sí.
El otro vapulea un instante larvas de ideas y termina de rumiar con estas palabras:
—Macanudo. Mañana tiramos cincuenta mil ejemplares más…»