miércoles, 7 de agosto de 2013

Traduciendo títulos

Por Ricardo Bada

El periodista colombiano Guillermo Angulo escribió una vez acerca de «otro sabio catalán» —otro, porque el famoso en su país es el de Cien años de soledad— «perdido en las alturas de Bogotá, llamado Luis Vicens. […] Fue el primero en hablarme de Ray Bradbury. Yo le dije que no me entusiasmaba lo que en italiano se llama fantasciencia y él insistió diciendo que las Crónicas marcianas eran otra cosa, y que Borges las recomendaba. […] Y leí lasCrónicas, me gustaron mucho, lo que me llevó a ver la película de Truffaut,Fahrenheit 451. […] Más tarde […] leí el libro, en uno de cuyos epígrafes el autor explica que esos grados son la temperatura a la que el papel hace llama. Yo creo que así como los buenos traductores convierten las millas en kilómetros, las yardas en metros y los pies y pulgadas en centímetros, el título en español del libro de Bradbury debería ser Celsius 232».
Comienzo con esta larga cita del maestro Angulo porque realmente pone los puntos sobre las íes, tanto de Fahrenheit como de Celsius.
Pienso ahora en la novela de Thomas Mann que conocemos bajo el título Los Buddenbrooks, y sigue sin convencerme esa traducción. En 1950, desde Suiza, Thomas Mann le escribió a un aristócrata sueco, el barón Buddenbrock, quien le había consultado si existía alguna conexión entre su familia y la familia del libro. Y en la carta de Thomas Mann puede leerse literalmente (traduzco del alemán): «Mi novela juvenil se titula Buddenbrooks y no Los Buddenbrooks. Ese artículo sólo se lo antepondría a un apellido noble, no a uno burgués». Así de sutil y de escrupuloso era don Thomas Mann, según ya señalé en otro trujamán.
La pregunta es, pues, cómo traducir correctamente lo que es la tarjeta de visita de un libro: su título. Puede que sea obvio señalarlo, pero Madame Bovary es uno que sigue sin traducirse, aun habiendo celebrado la dama, ya, sus primeros 150 años. Que yo sepa, no hay ninguna edición en que la novela de Flaubert se llame La señora Bovary. ¿Querría ello dar a entender que la traducción correcta consiste en dejar el título en el original?
Agudamente señala Augusto Monterroso, en un texto dedicado a este tema, que «en ningún país de lengua española habrá quien ponga por título Odiseo alUlysses de Joyce». Y no es el único caso, ni sólo sucede en nuestros países, añado yo. En al menos dos de sus versiones a lenguas extranjeras, la míticaRayuela de Julio Cortázar se publicó llevando por delante esa palabra que ya casi es un mantra, seguida por el nombre del juego en alemán o neerlandés:Rayuela: Himmel und HölleRayuela: een hinkespel.
Pero ¿qué hacer con un título como Boquitas pintadas, de Manuel Puig? En Alemania, donde una traducción literal, correcta, hubiera sido echar margaritas a los cerdos, optaron por una solución tan mercadotécnica que pone la carne de gallina: Der schönste Tango der Welt (El tango más hermoso del mundo), fue la respuesta filistea y devastadora al problema que supondría la absoluta incomprensión de un literal Geschminkte Mündchen.
Y en la misma editorial, Suhrkamp, es leyenda admitida que un día irrumpió en la sala de reuniones el estentóreo Siegfried Unseld, director de la casa, y gritó que ya estaba harto de oír que aún no había título para la novela de João Ubaldo Ribeiro Viva o povo brasileiro, recién acabada de ser traducida al alemán para ellos: «¡Brasil, Brasil! —gritó Unseld— ¡desde hace meses no oigo más que Brasil, Brasil!». Y es por ello que en alemán la novela se titula, sin que ningún lector corriente y moliente pueda saber por qué, Brasilien, Brasilien.
Y para terminar no quiero dejar de mencionar el caso de absoluto disparate que fue en su día traducir The Importance of Being Earnest, la comedia de Oscar Wilde, como La importancia de llamarse Ernesto. ¡Con lo fácil que hubiera sido rebautizar al protagonista, cosa que se hacía entonces en nuestras latitudes, y titular la obra La importancia de ser Honesto! Y conste que no es un santo que me invento: la Iglesia católica celebra su fiesta el 28 de noviembre.

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