jueves, 1 de agosto de 2013

Traducciones literales

Por Mariano Antolín Rato

Leo en un reciente número de The New York Review of Books un análisis que hace Peter Green de varias versiones al inglés de obras de Sófocles. Después de doctas observaciones, supongo que atinadas dado mi escaso conocimiento de la materia, el helenista británico y profesor en diversas universidades de Estados Unidos termina señalando que el estilo del gran trágico griego es extremadamente flexible. Tiene tales variaciones, y constantes y dramáticas según él, de dicción, ritmo y tensión, que ningún traductor se atreve a lanzarse demasiado. Y que las mejores versiones casi siempre resultan un tanto anodinas. Algo que me remite a unas acertadas apreciaciones de García Gual, uno de los poquísimos sabios que todavía andan sueltos, en las que señala que la mayoría de las traducciones de los clásicos griegos —al español en este caso— si bien mantienen una equivalencia con el original y evitan molestos literalismos, llegando incluso a ser representables, nunca resultan, y de modo inevitable, tan emocionantes como en griego.

El traductor, algunos lo escriben, es como la luna que no posee una luz propia, sino que refleja la del sol. Este astro, de acuerdo con semejante imagen, sería el texto original. El reflejo de su luz en la luna, claro está, la traducción.
Por el momento, dejando de lado cualquier valoración del alcance, más bien corto, creo yo, de las comparaciones de ese tipo, asumo mi papel de satélite. Y entonces resulta evidente que la función subordinada del traductor supone cierta pérdida de la luminosidad del texto de partida. Que éste, trasladado a otro idioma, no posee la misma brillantez, la misma emoción —como se apuntaba más arriba con respecto a los clásicos griegos—.
Existen, sin embargo, procedimientos que, sin lograrlo del todo, se aproximan más a conseguir que la inevitable opacidad consecuencia del traslado sea menor. Uno de ellos, me parece, es evitar que el texto traducido suene como si hubiera sido escrito en el idioma de llegada. Para ello, y a riesgo de ser tachado de excesivamente literal, uno puede llevar al español formas sintácticas y modos expresivos que considera ecos del original y que permitan que el lector, y no sólo por el ambiente, los nombres de los personajes, las referencias a las relaciones entre ellos y las maneras en que éstas se presentan, se dé cuenta de que se trata de una obra literaria cuyo desarrollo sucede en otro lugar. Y sobre todo en otro idioma.
Conseguirlo no es tarea fácil —traducir nunca lo ha sido—, pero el recurso a una casi imperceptible sensación de distanciamiento de carácter lingüístico hace que quien lee tome conciencia de que aquello está pasando en otra parte. No es cuestión, por supuesto, de saltarse las normas o de recurrir a los «molestos literalismos» mencionados. La tarea consiste más bien en seguir lo más de cerca posible el original, repetir, si es el caso, modos de decir e incluso palabras que el autor ha utilizado y que, quizá en español se evitarían. Considerar que, bien porque el autor lo haya querido así, o porque no revisó más el texto, son las utilizadas y deben reproducirse por mucho que uno sienta tentaciones de variarlas. En definitiva, que un traductor nunca tiene derecho a «mejorar» —entre muchas comillas— el original.
Es lo que se me plantea estos días en que estoy haciendo la lectura final —hasta pruebas—, de la traducción de una novela americana que acabo de terminar. Encuentro, por ejemplo, y varias veces, en ocasiones con solo dos líneas de diferencia, que he puesto «durante algún tiempo». Me entran unas ganas tremendas de alternar esa expresión con otra equivalente, puede que más acertada. Lo que pasa es que el original repite for a while y, claro, ¿quién soy yo para modificarlo? Lo mismo vale para unos insistenteswhere («donde»), o los machacones said («dijo») de los diálogos.
Suenan mal en castellano, desde luego, pero a riesgo de ser considerado «literalista» deben mantenerse. La valoración del estilo de un escritor no es competencia del traductor. Su complicado cometido es verterlo tal y como aparece.

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